Entre tú y yo.
Segunda Parte
Destino: Pierowall, Westray, Orkney
Coordenadas: 59º 18’N 3º00 ‘O
Salida: Kirkwall, Mainland, Orkney
Coordenadas: 58º58’52»N 2º57’36»O
Distancia: 27, 1 millas llegando en ferry a Rapness
Un día antes de lo previsto estaba en el ferry camino de Westray. En total, una hora y media de viaje intentando atisbar ballenas, aunque tan sólo vi caer la lluvia sobre el mar hasta que llegué al pequeño puerto de Rapness. El día estaba plomizo. Con una visibilidad a unos escasos veinte metros era como si fuéramos a la nada. En mi afán por vivir la mayor aventura de mi vida, quería descubrir el mundo sin más informaciones. En Mainland, lo hice para no perderme su corazón neolítico, el que tanto me atrajo, pero de Westray sólo quise saber que era una pequeña isla, aún más lejos, en el Mar del Norte. ¿La razón?, no la sé. Fue un imán al que no pude ponerle resistencia alguna. Que tuve que pagar una noche más, la pagué. Que perdería la misma y los planes en Mainland, perdidos quedaron.
Salí a cubierta y me tumbé en una banca de recia madera a escuchar el mar. Tanto vaivén empezaba a marearme allí dentro. Hacía frío pero me calentaba la pura excitación que sentía en aquella barcaza tan lejos de casa y camino de un lugar que desconocía por completo. Quizás necesitaba encontrarme en la mitad de ninguna parte. Quizás.

—There is a little woman on deck. Please, enter! —a loud voice came from the speaker.
—You can slip and fall into the sea with this rainy day!
Someone came after me. I didn’t hear anything.
@soldevillaa
Durante los once minutos que duró el recorrido hasta Pierowall, la ciudad donde estaba el Bed & Breakfast del tal Jerry, más los que tardé buscando la «pink house» que él me había descrito, creo que vi a todos los habitantes de la Isla. ¡Saludé a más gente que aquí en mi tierra en un día normal!. Debió causar furor ver a una mujer sola yendo y volviendo por la misma carretera, una y otra vez, porque todos me miraron alzando sus manos. Y yo correspondí, claro. Dos minutos más y me siento la Reina de Inglaterra.
Westray
Superficie: 47 km
Habitantes: menos de 600. Nota: Estaban todos allí cuando llegué..
Siguiendo con mis vueltas. Lo que buscaba era una casa rosa, rosa, y tan sólo veía de colores neutros o hechas en piedra. Hasta los coches eran discretos, todos menos una antigua furgoneta Volkswagen, de color amarillo girasol, que apareció aparcada delante de la puerta roja de una casa de color clarito. Al fijarme logré ver la dirección: N1 Broughton.
Oh, esto era… Había llegado a mi destino. La bahía estaba justo a mis pies y detrás, el acceso que abrí sin más dilación, la entrada a mi segunda aventura.
—Hello! —nobody answered me. Hi, Jerry!. Are you here?
—Hello, Amaparo —a head that suddenly appeared behind a second door answered me.


Él anda con los pies hacia fuera balanceando los hombros en cada movimiento. Es grande o a mí me lo parece. Sus piernas, largas y delgadas; debe calzar un cuarenta y tres. Es contradictorio, básico y culto; formal y salvaje. Es un artista.
Yo no suelo andar, más bien me muevo a cada instante sobre mis pasos. Soy contradictoria, nada básica y menos culta que él. Formal y salvaje, soy artista.
@soldevillaa
Aquel hombre me miraba de manera inquietante. No me asusté porque en su rostro no había nada de maldad, todo lo contrario. Me observaba con la vista disimulada y entrecortada del que acaba de ver algo que le turba. Quizás me pareciese a un fantasma de su pasado o a alguien con quien hubiese soñado. O simplemente, le parecí rara en sí. Por no cortarle también disimulé, pero nada de lo que iba viendo me resultaba ajeno del todo. Las paredes blancas de la casa, los suelos de madera o en moqueta azul clara, la luz… En el comedor, hecho en una terraza acristalada, había hasta una buganvilla rosa que salía del propio suelo. Me resultaba muy acogedora, más propia del estilo nuestro del Sur que el que esperaba encontrar allí. Tenía una decoración sencillamente deliciosa en la que me sentí como si estuviese en mi propia casa. Esto me chocó.
Enseguida subimos las escaleras que llevaban a mi habitación. Las ventanas de hechuras sólidas daban al mar. Tenía chimenea, baño propio, mi cama «XL» y todas las comodidades que pudiera necesitar para amortiguar el frío. Aparte de la calefacción geotérmica —la primera vez que escuchaba este sistema— había un cobertor eléctrico que cubría toda la cama y una mantita para la butaca junto a la ventana. Comparando con el Bed & Breakfast en el que estuve en Mainland, creí haber vuelto a la civilización y no al revés. Jerry se dio cuenta de mi asombro y sonriendo solo me preguntó si el tamaño de la cama era el deseado. Pude notar la guasa a pesar de hablar en inglés. Por cierto, en uno más entendible que el escuchado hasta entonces. Pasaba ya la una de la tarde y le pregunté si tenía algo para comer. Me dijo que no, que sólo ponía desayunos porque no había suficientes clientes, que tenía dos habitaciones reservadas nada más. Pero, por alguna razón, tuvo la amabilidad de hacerme un sandwich con un té y llevármelo a la habitación. En la bandeja venía un folleto con mapas de los lugares especiales de Westray, consejos y recomendaciones para pasear por la isla.
Tras devorar lo que me trajo deshice el equipaje y me centré en aquella información y en sus planos antes de hacer mi primera ruta hacia Noup Head.

Walking Guide
Me tuve que traer este papel. Nadie, nunca antes, me había dicho que si veía a una oveja boca arriba, que no dudara en ayudarla, que no estaba bebida…
Llegué lloviendo al puerto y cuando lo hice a la casa, recuerdo que salió el Sol. Ahora, de nuevo caía esa lluvia fina que no te estorba pero al final te empapa. A pesar de ella, paré y me bajé fascinada ante el paisaje. Un encuadre hermoso de acantilados y el mar tras un inmenso prado verde en el que pastaban las ovejas más blancas que había visto en mi vida.
Bis Geo, camino de Noup Head. Esto es Westray, la que ha sido descrita muchas veces como la Reina de las Islas Orcadas, en la que habitan miles de aves marinas en sus meses cálidos —de abril a julio—. Un lugar para amantes de las mismas, de la fotografía, de la naturaleza, de la arquelogía. Un privilegio para artistas y enamorados de los espacios vacíos.

He venido hasta aquí en busca de mi propia individualidad, a 3500 km. de donde vivo. No debe haber más mundo después de esto, no tan bello. Es extraño pero me siento ligada a este lugar de alguna forma que no puedo explicar, como si hubiese estado aquí en otra vida. Hasta me siento parte de la misma casa en la que esta noche duermo. Me mata la curiosidad.
@soldevillaa
El camino, ya de tierra, se fue haciendo más estrecho, más complicado por los baches y la lluvia y temí quedarme clavada con el mini coche. Como dejó de llover, decidí dejarlo pegado a un lado y seguir andando hasta el faro de Noup Head. No había absolutamente nadie y con mis botas de agua estaba preparada para sobrevivir a todos los charcos. El camino se fue empinando y comencé a ver el mar por mi derecha. Seguí y seguí subiendo hasta que me topé con el faro en una estampa con la luz más bonita que pude querer tener. Ya, me rodeaba la mar por todas partes.
Noup Head lighthouse, 1898. Fue uno de los primeros faros que funcionaron automáticamente a partir de 1964.

Sólo asomaba la parte de arriba, la punta, como lo que yo había vivido hasta entonces de aquel lugar. ¿Puede ser algo a la vez pequeño e inmenso?
@soldevillaa
Tan pronto empecé a caminar por el borde vi los grandes acantilados de piedra y las aves que lo habitaban. Aquello debe de ser impresionante en los meses más cálidos. En septiembre, cuando fui, muchas de ellas ya se habían ido y aún así me impactó.
Noup Cliffs. Los acantilados se elevan a medida que bordeas North Hill, con un pilar de reconocimiento que marca el punto más alto de 76 metros. Muy por debajo se encuentra Gentlements Cave, uno de los dos lugares de la isla donde los lairds o terratenientes de Westray se escondieron con éxito, en la rebelión jacobita de 1745, de las fuerzas de la ley.

Noup Cliffs
No ví a nadie en toda la tarde. A solas estuve con el mar, con las rocas, las aves y la yerba. Me sentí en paz por primera vez en mucho tiempo.

Había conseguido dejar el estrés, el trabajo, mi casa y hasta mi propia familia en otra vida. Y grité de felicidad. Sí, le dije claro y alto al viento que Amparo estaba allí, donde quería estar.
@soldevillaa
Así estuve hasta que divisé, a lo lejos, un tumulto junto a mi pequeño coche. Algo que no lograba ver bien hasta que lo enfoqué tanto como pude con el objetivo de mi cámara.

No daba crédito. Ni me paré a enfocar mejor. ¿Qué iba a hacer? Estaba toda la familia por fuera de la valla, con sus terneros y la peligrosidad que ponía en el folleto que Jerry me dio.
«A las bestias no se les mira a los ojos«, empecé a decirme mentalmente mientras suspiraba y buscaba las llaves del coche. Estaba segura de haber leído eso en alguna parte y, cabeza para abajo, abrí la puerta, arranqué y me puse al volante mientras todas ellas giraron las suyas para continuar disfrutando del poder que ejercieron sobre mí.
@soldevillaa
Sana y salva llegué a la casa de Jerry donde la música clásica y el olor a trementina lo impregnaban todo. Estaría en su salsa detrás de aquella puerta cerrada que había justo en la entrada, a la izquierda. No quise interrumpir y sin hacer ruido entré en el salón para descansar. La pequeña biblioteca despertó mi curiosidad y busqué algo para leer encontrando unos fabulosos libros sobre Finlandia y la historia de la mujer en aquel país. Me los empapé de arriba a abajo mientras sonó la música desde aquel cuarto. En cuanto paró, al minuto lo tuve enfrente, sentado, preguntándome por mi excursión. Era reconfortante lo bien que entendía su inglés. Al decírselo, creyendo haber tenido el poder espontáneo de resucitar mis habilidades en esta lengua, él me contestó que no era de Escocia. Nació y se crió en el Sur de Inglaterra y además, era licenciado en Lengua Inglesa. Añadió que solía poner mucha atención cuando le hablaba alguien en su idioma y notaba que no lo hacía muy bien —como yo— y que hablaba lento por deformación profesional ya que había sido muchas veces profesor de su lengua en lugares recónditos y de marcados acentos, como Pregasina, un pueblecito del Lago di Garda, en el Norte de Italia, o en Finlandia.
Pero insisto, yo le eché ingenio y mucha atención a la comunicación entre los dos. Vamos por partes.
Llegó el momento de pensar en cenar y le pedí recomendación de restaurantes en la isla.
—Es septiembre y ya está todo cerrado menos el del único hotel del pueblo —me dijo.
—Bueno, más fácil. Será cuestión de ir pidiendo un plato distinto cada día y ya está — le dije mitad en inglés, mitad en castellano.
Cuando se me enquista un idioma necesito la fluidez que me da el mío propio. Tengo que liberar retahílas atascadas sobre la lengua y así, sin parar de hablar conmigo misma, me monté en el coche y me fui a cenar.
La mañana siguiente amaneció con la tormenta perfecta. Crujía la lluvia en los gruesos cristales por lo que decidí ponerme a escribir. Ya me gustaba hacerlo entonces tanto como la fotografía. En el invernadero, Jerry había preparado un exquisito desayuno con pan recién horneado y con el revuelto de salmón más rico que había tomado en mi vida, tras el que pasé la mañana junto a la ventana de mi habitación entretenida con mis cosas. A cada rato, podía sentir sus pasos subiendo y bajando las escaleras hasta que sus dedos llamaron a la puerta.
—Perdona, son las 12, la hora de la sopa. ¿Te gustaría venir conmigo a tomar una muy rica? —me dijo asomando tras ella.
—Claro que sí —le contesté y por primera vez me monté en aquella furgoneta amarilla. La que era suya. La más vieja y destartalada que he podido ver en mi vida y que sirve para todo lo que puedas imaginar y mucho más. Me desconcertó que pasara de largo el Hotel donde había cenado la noche anterior, el único abierto según él y que parase, dos minutos después, en la puerta de un Supermercado.
—¿Veníamos a tomar o a comprar la sopa? —le pregunté con sorna.
—No —me contestó sonriendo. El lugar para tomarla está dentro, es el asiduo de la gente de aquí.
Y justo al final, al lado de los repollos, las zanahorias y las patatas, estaba la puerta que daba a un pequeño comedor en el que había siete mesas, cada una señalada por una cuchara de madera dentro de un florero junto a una flor seca. Nos sentamos en la nº 5.
Había para elegir entre sopa de coliflor o de lentejas y dos tipos de sandwiches. Para beber, agua o té. Nothing more.

Nos entendimos a un nivel que, técnicamente, era imposible pero así fue. Él lo dejó todo tras su carrera para dirigir una importante granja de ovejas en el norte de Escocia. Al cabo de los años, tras una vida que le pertenece, acabó en Westray regentando su Bed & Breakfast. Era pintor de paisajes y figuras y exponía y vendía sus obras en Kirkwall o en exposiciones en Pierowall. Construía vallas y diques de piedra con la técnica de la piedra seca por toda la isla y su afición especial era esquilar ovejas. Como contribución a la sociedad, ayudaba a despegar y aparcar los aviones que desde allí salían a Papa Westray, una pequeñísima isla a la que llegas en el vuelo más corto del mundo: 80 segundos. ¡Ah!, también estaba escribiendo un libro.
Yo le conté mi historia con el flamenco, cómo me convertí tan joven en alguien tan frustrado. Le hablé del libro que estaba escribiendo, mi nueva forma de bailar pasada media vida. Le conté que vendía joyas y relojes en Bulgari, en su tienda de Sevilla y que era muy aficionada a la fotografía.
Él utilizó menos de 80 palabras para contarme tanto, y con sus manos ajustadas a la forma de coger las piedras y trabajarlas —tiene problemas en los tendones y no las podía abrir del todo— se comió la sopa, el sandwich y todas mis patatas.
Yo pude usar más de 200 para un recorrido mucho menor. La sopa se me quedó fría y el hambre se me pasó pero estaba donde quería y atónita con aquel hombre al que empezaba a conocer.
Fotografía: Jerry Wood
La tormenta había cesado. Ya sin lluvia, las focas habían salido del agua y estaban encima de las piedras como si quisieran secarse. Todas las que iba a ver, según me contaba Jerry, desde mi propia ventana estaban allí como si fueran estatuas. Subí corriendo a por la cámara y sin apenas hacer ruido y gracias al objetivo, me dediqué a ellas en cuerpo y alma.






Con la cámara en la mano seguí explorando la zona hasta que llegué de nuevo al pueblo. Aquello no tenía nada asombroso y lo tenía todo. A lo lejos veía la casa de Jerry y de nuevo pensé en él. Se notaban los años vividos en soledad, sus hábitos sociales eran rudos y su imagen no estaba nada cuidada. Habiendo sido educado en una familia conservadora, con un padre catedrático en una de las Universidades más rectas de moral de Inglaterra, me chocaron sus formas descuidadas para comer. A mí que me enseñaron con milímetros cómo poner los dedos para sujetar el tenedor, me fascinó que no le importara enseñarme su ansia en la mesa, cómo rebañaba con pan cada plato. Pero el problema, indudablemente, lo tenía yo. Mientras anduve con mis remilgos, él se puso las botas.
Sin embargo, su casa no te hablaba de rudezas ni sus palabras tampoco. Su pintura me resultaba extraña pero contaba historias. Me dijo que le costaba mucho esfuerzo hacerlo bien pero que aceptaba el reto. Así se medía con su valía.
Esa tarde noche me tocaba el segundo plato de la carta del único restaurante. Cuando volví de la cena, la casa estaba a oscuras, tan sólo se veían unas tenues luces por la ventana del salón. Al entrar me encontré a Jerry ataviado con sus mejores ropas. Había ido a comprar una botella de tinto español —aunque sólo encontró uno de Chile— y allí me estaba esperando con todo el salón lleno de velas para compartirlo conmigo. Había sembrado la casa de ternura, no me lo podía creer. Y seguimos hablándonos de nuestras vidas, quizás inventamos un idioma o no sé bien, pero entendernos lo hicimos hasta que el vino de más se transformó en sueño y nos quedamos dormidos.
Al día siguiente me propuso ir a una de sus playas preferidas, Grobust, en la que amigos suyos trabajaban en un asentamiento neolítico que había sido descubierto. Nos dejarían verlo aunque estuviese en obras. Esta vez, puso una manta de lana cubriendo los desgastados asientos de la furgoneta. También, había preparado una cesta de picnic con un termo, dos sobres de café soluble y unas cuantas galletas. Creí haber vuelto a mi juventud de las playas de Conil y Vejer de la Frontera donde, por entonces, no había nadie tampoco y todo era tan sencillo como aquello lo era. Lo único grandioso, la madre Naturaleza.
Grobust Beach. Justo al lado se encuentra el yacimiento del Neolítico donde se encontró, en las excavaciones del 2009, la figura de 3.5cm por 3cm de la mujer de la época: The Westray Wife

Grobust beach.
La mar, el viento y el café caliente. Me enseñó una reproducción de un pequeño knap o choza típico de los asentamientos del neolítico que él mismo hizo para la BBC. Es un artista.
@soldevillaa

Nos explicaron el asentamiento neolítico y me enseñó donde buscaba las piedras que usaba para sus construcciones. Encontré una pequeña redonda que me gustó. Un año más tarde, me envió un colgante hecho con dicha piedra y un pequeño cartel donde ponía escrito que aquella me daría mi suerte.
@soldevillaa
Por la tarde, con un espléndido sol, me llevó a Mae Sand y desde allí, andando por la costa, hasta Knoer of Skea, también llamado Backie Skerry, su lugar favorito. Al llegar a la primera, aparcamos en un pequeño carril de tierra justo al lado de la puerta de una cerca. Se volvió hacia mí y me dijo que aquella era la cancela del beso, que no se podía abrir hasta que no le besara y soltó una enorme carcajada. Vaya, sí que le asomaba la vena escocesa a Jerry, el inglés.

Playa blanca y turquesa. Agua de una transparencia brutal y mar calmo en el que puedes ver cómo las focas siguen curiosas tus pasos. Se van asomando por el agua como si fueran buzos mientras tú caminas por la orilla.
@soldevillaa
Knowe of Skea
Llegamos a este vértice maravilloso en el que el mar luce calmado en su lado izquierdo mientras que en el derecho es oleaje puro. Suele estar lleno de aves e incluso vimos algunas. El sitio en sí es espectacular y la puesta de Sol para que allí te entierren y poderla ver toda la eternidad.
@soldevillaa
Esa noche le invité a cenar el tercer plato de la carta, el que tocaba. Estaba enormemente agradecida por todo lo que me estaba enseñando. Me resultaba tan familiar, tan cercano y tan diferente a la vez. Al día siguiente me marchaba y habría pagado lo que fuera por poderme quedar. Esa noche, me confesó que sintió algo muy extraño cuando entré el primer día por la puerta de su casa. Que vio a una persona que él ya llevaba dentro, como si la conociera de otra vida o como, si de alguna manera, buscaba conocer.
No es fácil de explicar y no quisiera entrar en el misticismo, pero yo también lo sentí. Y no solo en él. Fue en todo. Sentí que formaba parte de la historia de aquel lugar, de aquella casa, de su vida. Esto nos conmovió para siempre.
No me quise entretener en la despedida y me fui tras un suspiro, en mi coche, de vuelta a Rapness para coger el ferry. Por la noche dormiría de nuevo en Inverness, en la misma casa junto al aeropuerto.
Había una cola de varios coches y camiones en la que me situé. Aún quedaba más de media hora para la partida y me bajé a que me diera el aire. De manera instintiva miré para atrás y pude ver cómo llegaba en su furgoneta amarilla. Me dijo que tuvo que venir a despedirse otra vez.
Aquí, sí le besé.

Huelo a salitre y a piedra,
a vaca, a oveja, a yerba.
Huelo a té, a queso y a mantequilla,
a pan de semillas, a bacon, a salmón.
Huelo a pura lana
y huelo a tí, Escocia.
Soldevillaa
He esperado para poder estar tranquila y deleitarme con tus vivencias.
Como siempre, me encanta como escribes, yo creo que casi estarías preparada para poder escribir una muy buena novela, piénsatelo.
Me das envidia de lo bien que escribes tus sensaciones y sentimientos.
Eres más crack todavía. ❤️
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Mil gracias!!!! Me apasiona hacerlo, me abandono y siento, al escribir, lo mismo que cuando bailaba flamenco.
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Espectacular Ampa, sensible, directo e íntimo, me ha encantado. Sigue escribiendo
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Mil gracias, Rodrigo! Es un placer que me leas:))
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Fantástico!, Para cuando el libro, prima?
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Ojalá que sea para pronto!
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Me encantas Soldevilla.
Tuve en Escocia esa misma sensación de «pertenencia» que describes.
Por favor…para cuando tu libro?
Te he descubierto gracias a Marcos.
Un abrazote!
Begoña Zamacona
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Mil gracias, Begoña!!
Tengo que volver, aquello es impresionante.
Ojalá pueda publicar un pequeño libro que tengo a la espera de que una editorial confíe en mí. Lo haré de una manera u otra: es mi niño!
Abrazote también para tí;))
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