Praia da Fábrica, Cacela Velha

Cada cual tiene su barca. Para cruzar la ría, para llegar a la mar.
Algunas, al perder agua por sus hechuras, condenadas en tierra están. A las otras, las mece el agua en su compás.
Por la mañana, con el aire en calma, flotan en la nada, a la que se asoman del revés pareciendo dobles en su coqueteo con el agua.
Soldevillaa
Ocho días, con sus ocho noches, estuve en esta playa de Portugal con mi hija Natalia y nuestro cachorro. El propósito no fue otro que descansar y disfrutar del far niente con derroche. Bajo el sol o a la reconfortante sombra, dentro del mar o tumbada sobre la arena. Lo más que hicimos fue andar y no mucho: los paseos que nos llevaron hasta el agua una y otra vez.
A las siete de la mañana, ante la insistencia de Luca por hacer sus necesidades, caminábamos hasta encontrarnos con la ría, la que estaba antes que la mar y no parábamos hasta terminar de contar sus barcas. Las que estaban boca arriba y las que lucían boca abajo. Las rotas, las nuevas, las que estaban flotando o abandonadas en la orilla.
En la soledad del amanecer, me permití el lujo de pisar la arena tal y como salía de la cama: con mi camisón azul rematado por una pequeña blonda negra que me hacía sentir de lo más sexy. Y sin peinar. Sí, porque comportarme como si toda aquella ría, el mar y hasta donde alcanzaba mi horizonte fuera mío, resulto ser de lo más seductor.
Con la cámara colgando por encima de la lencería y la correa en la mano, los dos avanzábamos olfateando el primer sol de la mañana.
Y a la vuelta de la esquina, cada día, el milagro se producía. El agua quieta, como si me sujetara las barcas hasta que llegaba y las hacía mías.
En la marea baja, los cangrejos esperando jugar al pilla pilla con Luca. Aquí, cada cual disfrutó a su manera.

En las mañanas nubladas, el mismo paseo, la temprana calma pero encontrando otras sensaciones. Reflejos en la transparencia del agua. Tonos grises en contraste con la tierra anaranjada.

Por la tarde y al anochecer; con viento o sin él. Con nubes o con el cielo estrellado. Ellas permanecen allí cambiando el paisaje, incitándote a soñar con el agua salada.


Barca, alma hermana: ¿Hacia qué tierras nunca vistas, de hondas revelaciones, de cosas imprevistas, iremos?
Yo ya muero de vivir y soñar…
Delmira Agustini
Que ganas de ir a ver esas barquitas¡¡¡
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Ese lugar es una auténtica preciosidad;))
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