Tras la tormenta llega el sosiego. Sí, doy fe. Al final de la tarde, The Skaill House quedó enmarcada por la C de la más plácida calma.
Extraño, inusual a mediados de septiembre. De hecho, allí vive el viento, lo ves en la horizontalidad de la hierba. Pero, en mi vuelta, el paisaje se quiso despedir en silencio, con la luz de cuento del anochecer y con la casa de los fantasmas reflejada en el agua.
El coche, abandonado en una media luna de esas que tienen a modo de arcén y yo, sentada en la orilla de enfrente. Disparé y disparé hasta que mi ojo y el de la cámara decidieron ponerse de mutuo acuerdo. Cuando la pequeña pantalla de mi Nikon me devolvió la realidad que yo miraba, la sonrisa se me salió de la cara.
Desde ese preciso momento supe que la fotografía es magia.
Soldevillaa
